El Diletante Guacho Fané

En el seno del sufrimiento hallé el sendero secreto del deleite...

jueves, enero 12, 2006

Hoy

está nublado y bajó la temperatura
saben como se lleva?
te haces unos mates y te ponés a Janis...

como para sentir un dolor dulce desde tu alegría frugal

jueves, enero 05, 2006

Los verdaderos guapos




Nano

Se me acerca meneando
sonriendo
con cara
y con orejas

No me saco ni el bolso
antes de saludarlo

¿Quién no se dobla ante semejante ruego?
besa la mano que le pega,
le sonríe a su carcelero
ama la voz que lo zahiere

¿Cómo estás?
¿me extrañabas?
ya no tejas mas mortajas

.......................

El término – William Carlos Williams

Una hoja arrugada
de papel de envolver
del tamaño

y aparente volumen
de un hombre iba
rodando con

el viento despacio y
rodando en
las calles cuando

un auto le pasó
por encima y
la aplastó

en el suelo. Al contrario
de un hombre se levantó
otra vez rodando

con el viento y
rodando lo mismo
que antes.

.......................


Hoy un auto se la dio a mi perro.
Fue cuando salí como siempre a la tardecita para que pasee un poco y hagas sus necesidades. Pero antes de contar lo que pasó es importante que aclare que Nano es un perro moderno. Está criado de una manera muy liberal entonces sucede, de entrada, que sale sin correa, y por dar algunos ejemplos cruza solo la calle y hasta inclusive hay veces que es él quien elige el camino. Bien, esto trae varios inconvenientes: suele irse detrás de cualquier perro que se le cruza (obviamente más si es una perrita que esta buena: le gustan más las callejeras, como al dueño) o inspeccionar las bolsas de basura en busca de algún hueso que se lleva saboreando entre los dientes y moviendo los piecitos raudamente al escuchar mi queja. Otra que hace es que sale corriendo a los gritos tras las codiciadas medias de los ciclistas, que imagino deben ser las más ricas que existen. Es todo un festín ver al tipo tirando una puteada y la patadita al tiempo que le temblequea el manubrio.
Hasta ahí ejemplos de los contras. ¡Pero, viejo! ¡Al fin y al cabo es un perro! Y está todo el día encerrado. Él quiere salir, correr un poco y cagar sin que haya un pelotudo que lo ande sosteniendo del cuello con una soga. Y bueno, así es como lo fuimos llevando desde cachorro…
Pero hoy fue día de sufrir la trampa de uno de esos contras. Apenas salimos y caminamos unos pasos tomó una decisión inusual: decidió cruzar Warnes, la avenida sobre la que vivo. Es que en frente están las vías del tren y hay pastito, recurrente lugar donde encuentran relajación sus esfínteres. Apenas lo vi agazaparse con la intención de cruzar, le pegué el grito, pero en 3 zancadas llegó a la doble línea amarilla, ahí metió un breve freno (¿de prudencia o por mi llamado?) sin darme bola y luego en 3 saltitos más llegó a la otra orilla de la avenida para empezar a olfatear, tratando de localizar el lugar ideal para sus menesteres. Comenzaba a inquietarme.

Eran como las 7 y media de la tarde, así que si bien los pocos negocios de repuestos que hay en la cuadra estaban cerrados, había cierta circulación de vehículos. La joda fue cuando quiso pegar la vuelta, porque yo me quedé en mi vereda y medio que colgué mirando a un flaco que venía fumando un porro. Nano tenía que volver a franquear la calle por su cuenta para seguir camino.
El hecho de que él cruce y yo lo espere en la otra vereda es una situación común en nuestros paseos, pero Nano la suele plantear solamente en calles barrio adentro donde los autos son casi apariciones fantasmales y andan con la velocidad obligadamente limitada por el empedrado.

Decía que el asunto fue cuando arrancó el trote para volver a cruzar de este lado de la calle y venía un coche a los gomazos: este corazón quiso abrirse camino por mi boca para ir en su ayuda. Yo no sé si no advirtió o midió mal, pero llegué a ver que cuando lo sintió cerca puso las orejas en posición aerodinámica, cara de velocidad y como que tiró una pataleada apresurada, pero no llegó a zafar porque el auto venía bastante rápido y lo tocó de costado. Nano giró como 3 vueltas en trompo y con el impulso, suyo y por golpe, fue deslizándose por el pavimento y llegó hasta mi lado. En el momento del impacto se escuchó el ruido de alguna de las lucecitas rompiendo y alcancé a apreciar los destellos de las partículas antes de que caigan al suelo. El tipo que manejaba, si bien había reducido levemente la velocidad al ver el bulto blanquinegro, después del golpe se tomó el palo. De una lo atajé a Nano que venía arrastrado por fuerzas que no manejaba ni comprendía, lo puse entre mis piernas mirando para el mismo lado que yo e inclinándome hacia él lo tomé del tórax. No lloraba ni se quejaba, pero estaba asustadísimo, el corazón le latía a mil y pegaba unas respiraciones profundísimas que le inflaban el pecho como nunca había visto y su carita de temor era toda una imagen como para ablandar a un matarife. Yo estaba re cagado, no sabía que hacer…
- ¿¿estás bien Nano?? - y encima el flaco del porro se acercó a hablarme:
- ¡¡uuuhhh loco!!, ¿¿¿qué es de acero tu perro??? - Primero lo miré:
- si, si.- Dije apenas, para que no me hinche las bolas y sintiendo un desprecio terrible, porque imaginé por su comentario que esperaba de mi una sonrisa en ese momento. Nano seguía aterrorizado y con sus respiradas, y yo preocupadísimo, volví a él:
- Nano… ¿estás bien? – Si si, soy bastante pelotudo, pero estaba re desorientado. El flaco tenía ganas de hablar:
- ¿Sabés por qué no le pasó nada?... porque lo agarró de costado, le pegó en la cadera. Por eso no le hizo nada, flaco. – Me explicó
- Si, si… ¿estás bien bebé?
– ¡¡¡Qué flaaaash…!!!

Me quedé un rato acariciando a mi dog para que se tranquilice, y para que se vaya el chabón que me seguía relatando lo que había pasado como si yo no lo hubiera visto y diciéndome alguna otra cosa más que no me interesaba. Después de unos momentos de buscarle sangre o alguna hinchazón, el tipo se fue y al ver que Nano se quedaba parado lo más bien decidí soltarlo. Entonces dio unos pasos moviendo la cola y con cara de alegre (¡este perro boludo!) y ahí nomás se fue a echar una meada al arbolito más cercano. Como es machito tiene que levantar la pata, y por la manera de perfilarse tuvo que alzar la derecha quedándose apoyado justamente en la izquierda que era la que correspondía al flanco donde le habían dado la piña. El muy perro de mierda, nada y para colmo quería seguir el paseo. Me miraba con gesto de “dale Pa, ¿qué te pasa?” y yo debería tener la mejor cara de boludo porque seguía parado en el mismo lugar y sin saber todavía qué hacer.
Lo miraba buscándole algo, reviviendo las imágenes del golpazo en mi cabeza y en una de esas vi que le empezó a sangrar el culo. ¡Uuuuhhhh! Ahí sí que me angustié. Empecé a flashear que el choque le había hecho estallar un riñón… o el páncreas… o algún otro chinchulín y que estaba hasta las bolas porque se le estaban empezando a escurrir los pedacitos de órgano por el ano. Pero mientras se le iba deslizando la gotita él seguía dando vueltas de lo más alegre y hasta se había echado otra meada más. “¡La concha de la lora!”, fue lo único que se me ocurrió decir en mi desconcierto.
Primero di 2 pasos para adelante (como para seguir la vuelta), después me frené y pegué el giro para volver a casa. En un momento me iluminé y pensé: “hay que llevarlo al veterinario, ¿cómo le voy a dar la vuelta? A los accidentados hay que atenderlos lo antes posible”; y aún así no me decidía y seguía vacilando, porque mientras yo me debatía a mitad de cuadra, él ya estaba casi en la esquina.
Después de convencerme lo llamé y me volví a casa para ver con mi vieja que hacíamos. Entré, le conté: que “¿por qué no lo llamaste para que no cruce?” y que “lo llamé y cruzó igual”, etc., etc.
- Parece que a pesar de todo está bien
- ¡Pero le sangra el culo, Mamá!
- Pero a lo mejor no es nada - A mi vieja si le venís con la cabeza debajo de la axila como si fuera un casco te dice lo mismo.
- ¿Y qué hago?... ¿¿¿lo saco igual???
- Y si, sacalo. Y miralo bien - (¿Por qué me lo dirá…?)
- … Claro, a ver si hace caca, ¿no?
- Claro, mirale la caca

Y entonces volví a salir y le di la vuelta entera que le suelo dar. Él, pancho como si nada. Inclusive cagó 2 veces y nada, caca limpita; si... aunque suene paradójico. Cuando llegamos de vuelta a casa volví a examinarlo. Seguía sin poder creer que no se hubiera hecho nada. Le tocaba despacito la parte izquierda a la altura de la cintura y el tipo ni se mosqueaba. No tenía siquiera hinchado, nada… ¡Ya me estaban dando ganas de pegarle una patada!
Después fue a su sillón, dio la vueltita de rigor, se tiró, se lambeteó un poco el ojete y se volvió a acomodar un poco más para descansar.

Eso fue todo.

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Hace poco volvía del laburo y me tocó, como es frecuente, un subte que estaba con demora. Imposible sentarse, ni siquiera en Alem, por eso de que la gente va hasta la terminal para después volver. Me puse pillo y me ubiqué apoyado contra la puerta opuesta al ascenso y descenso en donde, si bien iba a tener que hacerme chiquito en Florida y Pellegrini, iba a poder acomodarme y soportar quieto el calor y a lo mejor hasta contar con un espacio para leer algo durante el resto del viaje. Al toque se llenó y la temperatura subió de golpe de una manera tremenda.

Acá mismo es preciso imponerse un trabajo de relajación mental, un ejercicio ascético como de fakir, y dejar que las gotas de sudor corran tranquilas por la espalda sin incomodarse demasiado, ni por esto ni por las molestias que nos generan el roce y los empujones. Lo más difícil es conservar la calma ante las quejas de los demás. Se ponen todos muy fastidiosos y ante cualquier situación en la que alguno, con muy mala predisposición, imagina que el otro quiere ventajearlo robándole algún gramo de aire o un mínimo espacio que concedió su pie en un movimiento de acomodación (o porque realmente sucede alguna de estas buitreadas), estalla una discusión que hecha más leña a lo que ya es una caldera a punto de estallar.

Ese día, dos que se venían chocando por el simple movimiento del vagón me demostraron como nos envenenamos por trivialidades. No pude dejar de sorprenderme al ver como estos tipos se enajenaban, se mostraban los dientes y se desafiaban con esos ojos inyectados en sangre, con las sienes surcadas por las líneas que dejan como estela esas gotas de transpiración que bajan desde la frente, se deslizan por la mejilla y se cuelan entre la piel y el almidonado cuello de la camisa que está adherido al pescuezo atado con corbata (estas deliciosas gotas suelen seguir descendiendo por el pecho hasta improvisar una piscinita en el ombligo, doy fe).
Se ponen a discutir y uno es para el otro, como mínimo, un pelotudo y un hijo de re mil putas. Y lo peor es que estos señores lo mismo se tienen que aguantar el resto del viaje bien arrumaqueados y totalmente agreteados, aguzando las antenas ante la inminencia de un nuevo embiste de su flamante enemigo mortal.
“La gente está muy nerviosa, tiene muchos problemas”... si, todo bien, pero igual ni da. La decadencia es las ganas de matar ahí arriba de un subte.
Entiendo que el mal momento da para que el menos irascible se rebele, pero no puede ser que nuestro estado de ánimo sea tan volátil. Lo que puntualmente quiero decir es que en este tipo de casos la insumisión pasa más por el lado de no dejar que nos afecte tanto.

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Me acuerdo que una noche íbamos con mi vieja y mi hermano en “el seis”, también por una avenida, e imprevistamente al auto que iba adelante nuestro se le apareció, corriendo a los pedos desde el cordón derecho, un gato. Una situación muy similar a la de hoy nada más que el animal, al tratarse de este tipo de felino, quedaba por debajo del paragolpes y entonces pude ver como una de las ruedas lo agarró por el medio del cuerpo pasándolo por encima. La imagen que se me vino mientras el animalito sufría el accidente es la de cuando haciendo ñoquis cortan un pedacito de la masa y la pasan por la paletita esa con “liñitas” (reconozco que para este disminutivo me surgieron muchas dudas, incluso solicité ayuda, pero después de que nadie me definiera decidí dejarme guiar por el ilustrador ejemplo que ofrece el nombre Antonio/a) con las que le dan el dibujo. Presionando con el dedo contra la maderita, se lleva el pulgar hacia delante y el ñoqui se enrula solo a la vez que logra sus surcos. Bueno, ese fue el efecto que produjeron la rueda pisando, la fuerza centrípeta y la inercia en ese gato imprudente. Lo maravilloso es que después del primer pique, cuando apenas asentaba las patas en el suelo, el gato arrancó de nuevo a casi la misma velocidad con la que venía al momento de ser literalmente aplastado, y con obsesión asnal terminó de cruzar la calle tal y como se lo había propuesto desde un principio. Luego, buscándolo a través de mi ventanilla, pude apreciarlo dedicado a perderse altanero, indolente, ¡imperturbable!, por las sombras de la madrugada con aire casi demoníaco.

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Después de vivir y analizar estas secuencias voy viendo de donde nos es indispensable aprender a sobrevivir a lo que nos pasa: ¡es animal el hechizo para aprisionar al estado de ánimo!



Nota negra al pie:
Este relato es quizás demasiado apresurado y puede que Nano esté muriendo lentamente. Así las cosas, el cuento sería producto de una mente fría y desamorada que bien podría morderse en su conciencia a la hora de las lágrimas.
Sin embargo soy optimista y no solo creo que va a vivir sino que también va a darle el visto bueno a estas líneas. ¡Salud, Nano!¡Por tus huevos!