Los inconvenientes del flash (va con moraleja)
“Dedicado a los textos que crecen expansivamente”
Resulta que a eso de las once venía caminando (los lunes suelo volver caminando de la facu y más ahora que está primaverando), bajando el puente de San Martín para hacerme el que estoy en contacto con las clases más bajas, dado que ahí se han estado instalando los cartoneros desde hace algunos años, cuando por debajo del puente, viniendo del lado oeste de la avenida San Martín, se asomaba un hombre grande de edad, arrastrando su carro enorme, con la posición inclinada hacia delante, ojos al suelo, de la postura de esfuerzo de arrastre. El tipo con la cabeza gacha, cuando escuchó que yo venía bajando la escalera con una caroncha de contento despreciable, me miró de reojo, y sólo mirándome, desde ahí abajo, hizo que yo me sintiera sucio, ajeno (opuestamente a mis propósitos) y con un poco de miedo también, e hizo que cambiara de gesto y que me alejase, ahora, caminando todo circunspecto como cuando sos chico y vas a comer a la casa de algún compañerito por primera vez y, haciendo caso a todo lo que tu mamá te dijo en la puerta de tu casa antes de salir, te ofrecés, una vez terminada la cena, almuerzo, o lo que fuere, a levantar la mesa y eso sumado a que, aparte, insitís y que, inclusive, lo hacés. Así, caminando todo circunspecto a paso leve y raudo, como de hada, me iba alejando cuando detrás de mí escucho un repentino ruidito estridente que resultó ser proveniente, no del señor que acababa de cruzarme, sino de alguna chapa de una bicicleta que se me aparecía desde el mismo lugar que antes el cartonero, solo que ahora yo lo había dejado atrás y ya estaba del otro lado del alambrado de las vías, con un flaco arriba que venía pelotudeando con su celular. Conservé mi circunspección y algo de mi miedito creció, me di vuelta habiendo dado ese leve pantallazo que describí en la anterior oración y enseguida imposté un tranquilo, un caminante sereno. Cuando pasó por mi lado no lo miré ya que sabía que él me miraba, así como sabía que solo tenía que esperar piola, ya que una vez que me hubiera pasado quedaba regalado, de tiro para que yo puediera escrutarlo a mi placer. Fue así, solo que él se demoró. En el momento en que lo pesqué mirándome, pensé: “vos venís del oeste y acá el más veloz pistolero soy yo”; y fue cuando entonces retiró su mirada. De los ojos bajé con violencia hacia las zapatillas (entiéndase que yo quería saber enseguida a quien tenía enfrente) que calzaba que eran unas shox TL3 (modelo J.J.S.) blancas con los resortes verdes medio flúo y gris, y de ahí un paneo general ascendente observando una bermuda en color caqui oscurito simil Legacy, en talle, digamos, correcto, lo cual nos habla lo mismo sobre la personalidad y nos revela cierta seña sociológica que si el talle fuere notoriamente más grande o que si fuera “achupinado”, una chomba en azul francia medio como las que usa cualquier tipo que uno pueda considerar un goma, y cuando llego a la cara hallo que el muchacho se encuentra prolijamente afeitado (destacando con énfasis el prolijamente) con una especie de barbita finita que cierra en candado y que es sostenida por una típica cara de salame. Esta visión me deja tranquilo y me distiendo hasta lo natural e incluso pienso que él debería tener más miedo que yo, aún cuando sea verdad que yo tenga una cara como para competirle parejo, pero sobre todo porque el otro, en su conjunto corroboraba la hipótesis de la cara, y en cambio yo, en mi conjunto, si hay algo que puedo decir sin remorderme por la entonación arrogante, es que tengo aire de cheronca pillo. Entonces es cuando decido, en un acto muy debatido internamente por Yo y mi rastacuer, que debo ser piadoso como exige el slogan de “amor al prójimo”, dejarlo huir en paz y agachar la cabeza para volver a colgar tranquilo como cuando venía bajando del puente, y es, también, que se desarrolla lo que me trae a contar esto: a los aproximadamente 3 metros que me habrá sacado de distancia, yo sufro otro acto de atentado contra mi flash al escuchar un nuevo ruidito, esta vez menos barulloso, y apenas levanto la vista veo que se le ha caido el celular al gil este de la bici, lo cual me provoca el siguiente pensamiento a la velocidad del tren rápido que pasa a eso de las siete y media de la tarde, pegado al cementerio de Chacarita, por la vía de enfrente de mi casa, en Paternal:
JA!JA!Aestepuedohacerleunchiste!
Una vez que se frenó, como ya dije, algunos pasos más hacia delante, cuando está retrocediendo, arranco un pique corto procurando que suene fuerte el ruido de mi pie cuando apoya en el asfalto, avanzo hasta mitad de camino entre el lugar en que me encontraba y el celular en el piso, y con un freno brusco y también ruidoso, me detengo. El tipo que venía retrocediendo arriba de su bicicleta, ya medio agachado, inclinado a un nivel bajo, lo que lo obligaba a levantar su pie derecho (buscaba el teléfono por su zurda), al asustarse por mi satírico amague de ataque, me miró, trastabillando que no le daban las patas a causa del movimiento reflejo de retirarse de la dirección que viene el ataque, con los ojos bien abiertos y llevados contra el techo del orificio ocular desde ahí abajo, y yo pude alegrarme fugazmente con su expresión de cagazo hasta que el tipo se calló y quedó medio enredado debajo de la bici.
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