martes, temprano...
A quien corresponda esta inopinada inopia, esta inicua inocuidad en mis últimos desvelos:
Rulo
Rulo
Voy a renovar la palabra arbitraria efectuando el nuevo recorte, flexible y necesariamente ambivalente, en el espectro multiforme de los conceptos. El hilo conductor de esta historia parece hallarse en el Fuerte Apache. Los sabios desembarcan para realizar un estudio acerca del ejercicio de un juego milenario en los suburbios más desangrados de la decadencia suburbana de la época. Documentan, extraen conclusiones y ventajas económicas a la vez que ganan un rédito científico imbuidos en fragantes licores de caridad. El cacique de los percusionistas suma los ritmos con señas de sus manos, marca los repiques, indica conservar el tempo a los graves, anuncia en tres vueltas la ruptura, tres dedos al cielo para el goce, quiebra y entonces el timbal se corta solo y se despliega. La tribu responde poseída sus convulsas interpretaciones. Cuando comienzan las preguntas, comienza la incomunicación. En las canarias, un silbido ancestral atraviesa el aire verde de las colinas. Vertiendo la esperanza en los hábitos de pastoreo, soplan atávicamente el silbo gomero y esperan la más vieja novedad con su cuota de enseñanza magistral. El desprecio a la raza les dicta la necesidad de rescatar una porción de lo constante, una idea divina. Su nuevo error ha sido buscar lo que inventaron. Los eruditos provistos de corazón abren el campo de batalla: carne, piel y los principios opuestos en beligerancia. El rito dictado por los nuevos dioses opresores.
Por fin, han vuelto los profetas y son un coro herético subido a sus shoxs. Las voces curtidas golpean contra el techo de la noche blanca sus rugidos desgarrados de risa. La violencia original y reconciliadora con el ser mismo, el choque de la carne. Fuera de la palabras pareciera no haber retorno. La risa por el llanto, lo alto por lo bajo y la fusión de todas las cosas para el latido del universo en su fluir.
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