El Diletante Guacho Fané

En el seno del sufrimiento hallé el sendero secreto del deleite...

martes, mayo 16, 2006

El hambrista del arte o el sociedado por la suicidad

“a eclecsis a desfarol a des con sol”


Quisiera hablar de un personaje que alguna vez conocí. Se trata de alguien bastante peculiar.
Este muchacho de mirada de cordero se llamaba Ricardo Cautela y era tan cuidadoso, tan precavido, que realmente desconcertaba. Para dar una impresión de esto, basta con mencionar que como el apellido no bastaba, algún aficionado de la aliteración le había puesto un apodo que era un derroche de ingenio: le decían Ricardo “Recaudo” Cautela.

Paso a contar. Ricardito, además de tantear, prevenir, medir con precisión y demás tareas que hacían honor a su nombre, era un monstruo. Como si se tratara de un ser mitológico su composición era de lo más híbrida: de reptil tenía la sangre fría y la presencia perturbadora; los ojitos, luciferinos como dije, de mamífero indefenso; el corazón era de gallina, así de pequeño y con esa añoranza al vuelo fracasado. Hasta ahí donde llegué a averiguar. En cuanto a su forma exterior, tenía anatomía humana, salvo que carecía de brazos. En su lugar tenía dos chorros de una luz diáfana, como dos hologramas que culminaban en un ilusorio juego de manos cándidas. Al tipo lo veías y tenía la apariencia de un Clemente tibio.
Algunos cuentan que era de perfil bajo. Entonces, y a pesar de lo pintoresco, conseguía pasar inadvertido, virtud que le resultaba muy conveniente para su oficio... ¡Porque Cautela era terrorista! Si, este cobarde especulador era un terrorista muy laborioso. Su encéfalo encerraba un mecanismo de engranajes de una precisión asombrosa donde se procesaban la totalidad de sus movimientos. Su vocecita cordial, aniñada, parecía ser carnada... es que muy seguido se lo sospechaba cazador.

La táctica terrorista de Recaudo consistía en sembrar sus explosivos en personas más bien solitarias, desencantadas con la sociedad y de penas bien encarnadas. Si bien ésta era la gente que mejor le caía, se cree que la comunicación se daba sencillamente porque eran ellos los únicos que mínimamente lo aceptaban a él, con las deformidades ya descritas y su particular introversión. Una vez que penetraba a estos hombres y mujeres, comenzaba secretamente y de manera muy sutil a erigir en sus interiores su inflamable fechoría conceptual.
Acá hace falta aclarar: si bien se inclinaba sobre todo hacia las mujeres, Ricardo reconocía que experimentaba la satisfacción de tener su bomba plantada tanto cuando descansaba a la salida de un orgasmo con una mina, como cuando disfrutaba como una perra del enamoramiento hacia un hombre que podía ser su amigo. Claro está, dependía de la carga de objeto hacia donde dirigía los fotones de su flujo energético.

Ahora toca hablar de lo patético de este individuo; porque es de vital importancia saber que si bien en un primer momento sus torres explosivas lograban sostenerse, al poco tiempo y de manera indefectible, estas construcciones revelaban sus estructuras de ceniza y zozobraban de un plumazo. Tenían solamente el poder de la novedad. Pero, realmente ¿qué podía esperarse de un albañil sin brazos?
Sobrevenía el fracaso que le empapaba el cuerpo: ¡Mírenlo a Recaudo tirado a la intemperie, de cara al sol para secar sus lágrimas! ¡Cayó de nuevo este hermoso precipitado en su mundo colador! “No medí bien los riesgos, soy un imprudente”, sollozaba...
Lo que hacía al instante era retraerse, se confinaba a vida de ermitaño en lugares ajenos al paso del tiempo y acariciaba un ave.
Aquí otro impasse para una indiscreción: amparado por los inquebrantables fundamentos de la cursilería, había sabido procurarse ciertas guaridas a las que llamaba “huecos de la noche”. No podría dar descripción alguna de estos lugares ya que difícilmente alguien lo haya acompañado alguna vez como para contar con un testimonio. Solo puedo comentar que se trataba de lugares donde su espíritu renovaba fuerzas desde el deleite de los placeres sensuales. Divagaba:

Creen que me adivinan
pero mi risa va a horadar otras penumbras
siempre otras


Voluptuoso Barrio Rawson

Permaneciendo en dichos parajes, con el dolor palpitando, sucedía que la maquinaria de su cabeza estrenaba bríos y se despachaba con una huelga japonesa: tomaba pluma y papel y exprimía cada uno de sus engranajecitos considerando los planos (siempre esbozos) a partir de los cuales edificaba. “¿Son los cimientos?¿La piedra fundamental?”. Después de resolver estos asuntos se lanzaba a lo de siempre: la búsqueda de un material más firme, una sustancia más propensa a la explosión. Pero esta vez debía ser realmente previsor, no volvería a plantar su bomba hasta dar con el material adecuado.

Si acaso se demoraba la revelación, dominado por sus ansias, Richard empeñaba su ilusión y escuchaba consejos. Los maestros se acercaban alternadamente.
Veamos a estos dos. El de la izquierda es ínfimo, un átomo, casi una ausencia. El otro, alto como un sol, refulge cenital. Arranca uno:
-Así como yo no existo sin él...
El otro concluye:
-... si no es razón, es corazón.

Este otro viejo, arruinado como lo ven, también es muy sabio. Tiene una barba blanca, rala pero muy larga. Se le acera leve, lo mide con piedad con sus ojos finos, y casi desnudo apenas se le oye decir:
- Necesitas percibir la identidad de los principios opuestos. Primero es preciso preguntarte quien es el que dibuja tus planos. Despojándote de vos mismo vas a encontrar todo tu material

O también con algún amigo del barrio. Mientras toman una birra en un escalón, lo exhorta:
- Dejate de hinchar las bolas y detoná. ¡Andá al frente sin vueltas, es apilar ladrillos...!

Dicho está, esto solo como muestra de algunos pocos ejemplos. Recaudo prestó atención a infinidad de pensamientos. Después de paladearlos y ensayarlos, terminaba por no adherir a ninguno. Él siempre prefirió el implacable rocanrol y entendía como respuesta solo a la pregunta.

Sin embargo había logrado acumular experiencia en ejercicios análogos a los que proponían sus maestros. Por ejemplo, solía permanecer largas temporadas guardado en sus “huecos” blanqueando la mente y entregado a la contemplación. Con el paso del tiempo, el tedio y el olor a pájaro lo desesperaban y entonces resurgía con un terrible ardor de acción y reacción.
Así también, en ciertas ocasiones había conseguido elevar arquitecturas que eran absolutas virguerías. Todas orladas, barroqueadas con filetes, metales brillantes y piedras preciosas, esfinges, gárgolas, angelitos alados... ¡verdaderas obras de arte de la minuciosidad! Pero su espíritu, como todo espíritu, era fluctuante, y si un día se levantaba de mal humor (o como consecuencia de cualquier otra nimiedad) descargaba su beligerancia contra la propia obra.
Otras veces, cuando no juntaba cuatro palos y una lona y se hallaba más desesperado que nunca, Recaudo adjudicaba la furia del poder asolador a la esperanza. ¡Era imperioso derribarla! Y lo lograba en apariencia por medio de una impostura que consistía en construir desde la desesperanza. Es decir, construía desesperanzado con la esperanza de que en ausencia de esperanza, dichas bombas conceptuales no reciban ese golpe que las vencía. Una vez que (como no podía ser de otra manera) volvían a caer, se mentía que no sufría ya que lo había previsto: “... no duele, sabía que iba a pasar.”
En este construir con cartas se pasaba la vida el manco Ricardo, en este latir...


A pesar de esto que cuento y de ser asediado de continuo por los ecos de un aleteo, Cautela logró con el transcurrir de los años ir maqueteando su anhelada edificación. Finalmente se trataba de una muralla, una idea perfecta en su fragilidad. ¡No había por donde darle!
El que resultó ser su material filosofal era una aparente paradoja, casi un sin sentido. La pared inderribable estaba hecha de plumas y, titánica en su impoluta blancura, la había levantado en si mismo.
Nunca –siempre- lo supo; desde un principio sólo esto podía construir.
El poeta (¿o era científico?... en fin, un hombre) que apodó “Recaudo” al héroe, también puso nombre a la angustia más primitiva, la única de sus bombas que estalló.

martes, mayo 09, 2006

lo que me quise decirte antes de que se termine

la sensación es de que es un engaño para sentirte mejor
querés el fuego?
yo fui a buscarlo en los pliegues mas combustibles de la mente
le di mecha a los cirios
y ardí

la sencillez de hoy es vislumbre de una pausa
tenemos los dos el rabillo agilísimo
entonces no nos damos
-creo, todavía-
a esa guerra hermosa que agita el pulso

(sé buscar el lugar de la herida
lo que no sé es
cuando detenerme)


el pensamiento es reacción de tu constitución
siempre va al encuentro de lo que busca la debilidad:
asesinarse

no creo nada de lo que me digo, de lo que les digo
lo que dicen
y así siempre:

piensan que me adivinan
pero mi risa va a horadar otras penumbras
siempre otras

martes, mayo 02, 2006

TÁNTALO

el agua me aguarda, es hermosa
la manzana me aguarda, es hermosa
esa piedra es mi condena
y mi escapulario

mi fe no es el dios que me castiga / sino habitar
esa agua esa manzana