La exigencia de pureza en A.P. se extendió (si no es que empezó por ahí) a la elección de palabras y temas. Como sucede en la poesía de la llamada “generación del 40”, que la precedió, la poesía de A.P. está hecha exclusivamente de términos elevados o “nobles”. En ella siempre se trata de la noche, la infancia, el amor, la muerte; nunca del café con leche, el cigarrillo, (en todo caso: la ceniza), el colectivo. Y no podían entrar elementos nuevos. El catálogo estaba cerrado desde el comienzo. Esto parecería exceso de celo en la aplicación del requisito de pureza, pero quizás encierra su propia explicación. Fíjense en lo siguiente: de un escritor del pasado podemos hacer un censo paciente, no sé con qué fin, y descubrir por ejemplo que en los cuarenta tomos de sus obras completas no aparece un solo perro, o la palabra “amarillo”, o cualquier cosa por el estilo. Lo más probable es que sea pura casualidad. A lo que voy es a esto: si ese escritor estuviera vivo, y alguien notara esa falta, y se la comunicara, el escritor en cuestión no tendría más que poner, en algún lugar de su siguiente libro, la frase “pasó un perro amarillo”, para llenar el blanco; no sé por qué tendría que hacerlo, pero supongo que lo haría, aunque más no fuera para darse el gusto, o para burlar al impertinente censista futuro. Hasta es probable que en adelante le dedicara libros enteros a los perros, y que el amarillo se volviera su color favorito. Pero todo cambia si ese autor está muerto. Entonces ya no se puede agregar nada, y la palabra que no está ya no se puede reponer nunca más, y parece afectada de un extraño tabú. Pues bien, un autor que se impone restricciones léxicas o temáticas se está adelantando a su propia muerte, al cierre de su obra. Es un modo económico, aunque incómodo, de incorporar la muerte a su obra.
En fin, como el stock es limitado, la poeta se obliga ala combinatoria de una cantidad limitada de términos. Y la combinatoria actúa sobre el horizonte de su agotamiento. ¿Cuántas “tiradas” distintas pueden salir, del puñado de figuras disponibles, albas, niñas, noches, muertes, espejos, etc?
Muchos poemas de A.P. pueden leerse en este marco; en rigor, todos; algunos, se diría que tematizan la cuestión. Vean éste, de Las Aventuras Perdidas: “El viento muere en mi herida. La noche mendiga mi sangre.” Todo el poema son seis palabras prestigiosas, y nada más: viento, muerte, herida, noche, mendiga, sangre. Recombinándolas se obtendrían varios centenares de poemas equivalentes (aun descartando “viento” y “noche” en posición verbal), y esta equivalencia se resuelve en la aniquilación de sentido, a la que parecería aludir la palabra NADA, que es justamente el título del poema. En algún caso esta recombinación es el poema mismo, como en el número 20 de Árbol de Diana: “dice que no sabe del miedo de la muerte del amor / dice que tiene miedo de la muerte del amor / dice que el amor es muerte es miedo / dice que la muerte es miedo es amor / dice que no sabe”. Aquí son cinco términos: tres “sustantivos”, muy recurrentes, “muerte, miedo, amor”, y dos verbos de enlace. Y la dinámica vuelve a ser negativa, anuladora.
Al hablar de términos “prestigiosos” o “nobles”, no quiero decir que lo sean a priori (si lo son, es sólo porque A.P. para poner en marcha el juego más rápido y con menos gasto de energía, recurre al prestigio más a mano, el de la poesía neoclásica que se estaba practicando a su alrededor por esos años): al revés, es la combinatoria la que los hace prestigiosos.
Cesar Aira, en Alejandra Pizarnik